El enterrador de bebés
Él y otros empresarios de pompas fúnebres de la ciudad sin ley en que se ha convertido Mogadiscio están permanentemente ocupados enterrando hasta 30 niños al día, víctimas inocentes de los combates que libran los islamistas y el Gobierno.
Los niños mueren a menudo por graves mutilaciones, causadas por los impactos de los morteros sobre sus hogares. Otros muchos fallecen por culpa de cuidados apropiados y otros muchos, por desnutrición y enfermedad.
En 1993, una hija de Aden murió de hambre. Él recibió la noticia mientras enterraba a otro niño. "Mi esposa sufrió una sacudida cuando le dije que le enterraría a él primero. Tuve que conseguir dinero para poder hacer lo mismo con el mío", explica.
Entierros a punta de pistola
Aden, que trabaja en un hospital de Mogadiscio recibe un bebé muerto, cubierto por un pañuelo blanco. Desaparece con él y cava una sepultura en un campo abandonado. "El trabajo de enterrador no está pagado", afirma.
Su trabajo de sepulturero ha sido durante nueve años su forma de ganarse la vida, pero a veces la milicia les obliga a hacerlo pistola en mano, sin pagarles un céntimo. Otras veces, los enterradores dejan alguna fosa preparada para el día siguiente. Cuando regresan, la encuentran llena.
Su labor es muy ingrata, pero a veces, por caridad o por convicción religiosa, hacen lo imposible por evitar que los cadáveres queden expuestos al sol. Los grupos de derechos humanos afirman que han muerto más de 180.000 civiles en Somalia desde principios de 2007. Los enterradores intentan no olvidar donde están enterrados sus cuerpos.
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