Cómo es votar en el país donde no tienes que probar tu identidad
"No es necesario llevar este documento para poder votar", dice la tarjeta de votación que me llegó hace unos días informándome del sitio donde puedo ir a depositar mi voto este jueves.
Eso no tendría nada de raro si no fuera porque no tengo nada más que mostrar a la hora de acudir a las urnas, pues vivo en un país donde no hay tarjetas de identidad.
Así que para participar en las elecciones en Gran Bretaña, uno sólo tiene que presentarse en el lugar correcto, decirle tu nombre a quien está en la entrada con una lista impresa que parece aquellas que se usaban en los colegios y poner una señal al lado del nombre de la persona que uno quiera que lo represente en el parlamento.
Debo confesar que eso todavía me maravilla, pues yo vengo de uno de tantos países en los que hay que probar constantemente que uno es quien dice ser.
Cada vez que voy de visita a mi natal Colombia, me acuerdo de esa otra normalidad, y me sorprende cuán grabados tengo en mi memoria los ocho números que me identifican desde que cumplí 18 años: los de la cédula de identidad, un pedazo de plástico más importante que todo tu ser y sin el cual no se debe salir.
¿Exagerado?
Hace varios años fui a renovar la cédula en un pueblo cercano a la ciudad donde nací. Delante de mí, en la fila, había una señora con un chico de menos de 10 años. Cuando el funcionario se acercó, escuché el siguiente diálogo:
- ¡Señora, otra vez!
- Sí, señor, es que sin la tarjeta de identidad no lo dejan ir a la escuela ni al doctor.
- ¡Pero yo ya le expliqué que si el niño no está en esta lista, no existe!
- Pues por eso se lo traje, para que vea que sí existe.
A pesar de lo contundente de la prueba, la señora se tuvo que ir como llegó, con su oficialmente inexistente hijo.
Poco después me vine a Londres y algún día llamé al banco a pedir que transfirieran dinero de una cuenta a otra. Como no me habían hecho ninguna pregunta capciosa a pesar de que ni siquiera estaba frente de mi interlocutor, al final pregunté, extrañada:
- Perdón, ¿usted cómo sabe que yo soy quien digo ser?
- ¿Por qué llamaría usted si no fuera quién es?, me respondió, igualmente anonadada, la persona al otro lado del teléfono.
Los bancos ya no son así. Ahora, cuando llamas, una computadora te pide tu clave personal. Pero todavía si te presentas personalmente, puedes hacer todas las transacciones que desees sin tener que mostrar ningún documento con una foto que confirme que eres quien eres.
Tradición británica
Reino Unido tradicionalmente no ha tenido un sistema de tarjetas de identidad en tiempos de paz, y para los británicos la idea de que les pidan que se identifiquen por medio de documentos les es muy ajena.
La última vez que el gobierno expidió tarjetas de identidad obligatorias fue durante la Segunda Guerra Mundial, y en ese tiempo se prometió que serían abolidas apenas terminara la guerra.
Se mantuvieron sin embargo hasta 1952, pero eran tremendamente impopulares y consideradas como una imposición extraña a la forma de vida británica.
De tanto en tanto, el tema se ha vuelto a discutir, pero nunca ha llegado tan lejos como después de los ataques del 11 de septiembre de 2001, lo que llevó al gobierno de turno a introducir en 2004 planes para un esquema voluntario, que eventualmente se convertiría en obligatorio "si las condiciones lo permitían".
Pero no lo permitieron pues la oposición fue férrea.
Una de las voces líderes fue la del conservador David Davis, miembro del parlamento, para quien eso que en tantos otros países parece indispensable significaba "la creación de un Estado vigilante con una base de datos que expondrá nuestras vidas personales a las miradas indiscretas de los fisgones oficiales y expondrá nuestra información personal a funcionarios negligentes y hackerscriminales".
El plan voluntario se implementó pero no prosperó y la estocada final se la dio el gobierno de coalición de 2010 poco después de asumir el poder.
"Nuestro objetivo es consignar a la historia las tarjetas de identidad y ese sistema intrusivo en cuestión de 100 días", anunció la secretaria del Interior. Era, según dijo, "un paso para reducir el control del Estado sobre la gente decente".
Palabras de políticos.
Sin embargo, desde el punto de vista de alguien que nació y creció en un mundo en el que presentar la cédula es tan normal que parece instintivo, vivir sin tenerla es, en todo el sentido de la palabra, liberador.
En el fondo, está vinculado a cuestiones tan fundamentales como ser inocente hasta que se pruebe lo contrario: si no se duda de alguien por sólo presentarse y decir su nombre, las relaciones cotidianas parten de una premisa más prometedora.
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