lunes, 4 de mayo de 2015

Charles Hill, un prófugo de EE.UU. en las calles de La Habana

Charles Hill, un prófugo de EE.UU. en las calles de La Habana

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Hill es requerido por la justicia estadounidense por un cargo de asesinato y otro por participar en el secuestro de un avión.
Los ojos de Charles Hill indican que acaba de despertarse o que hoy ha vuelto a beber. Tomar ron se ha convertido en un deporte y un alivio para este prófugo de la justicia estadounidense, refugiado en La Habana desde hace 43 años.
Sin embargo, nunca como ahora ha corrido tanto peligro.
Con el reinicio de las conversaciones entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos, el pasado 17 de diciembre, su destino se ha vuelto bastante incierto.
"Ya me estoy sintiendo la presión", dice. "A veces la depresión me agarra y me tiro en la cama a dar vueltas o a leer un libro, pero no puedo dejar que la depresión me domine".

De Nuevo México a Cuba

La noche del 8 de noviembre de 1971, Charles Hill se vio envuelto en la muerte de Robert Rosenbloom, teniente de la policía de Albuquerque, Nuevo México.
Charles, que ya había sido sargento paracaidista en Vietnam, pertenecía por aquel entonces a la República Nueva África (RNA): una organización separatista que buscaba fundar una nación afroamericana en cinco estados del sur estadounidense: Louisiana, Mississippi, Alabama, Georgia y Carolina del Sur.
Cuando el FBI desmanteló la sede de la organización en Oakland, en agosto de ese año, a Charles no le quedó más remedio que huir.
Lo acompañaron en la aventura otros dos compañeros suyos: Ralph Goodwin y Michael Finney.
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Es estadounidense pero vive como cubano. Tiene un carné de residente extranjero que debe renovar anualmente.
Serían poco menos de las once cuando Rosenbloom, que patrullaba la Interestatal 40, detuvo el Ford Galaxie del 62: cargado con tres rifles militares, una escopeta calibre 12, literatura política, dinamita y granadas.
Fue lo último que hizo en su vida. Una bala calibre 45 le atravesó garganta. Tenía 28 años y dos hijos pequeños.
Los reportes policiales indican que Rosenbloom llamó a la estación central y que, en cuanto le devolvieron la llamada, ya nadie respondió.
Charles, por su parte, asegura que Rosenbloom fue un poco más allá. "No pudimos conversarlo, no fue una decisión, era inevitable", dice. "Ya él tenía su pistola en la mano. Quería vestirse de héroe, a lo John Wayne. No fue asesinado." Aun así, Charles no revela quién apretó el gatillo.

Cacería humana

A partir de ahí, comenzó la cacería humana más larga que recoge la historia de Nuevo México. Carteles por todas partes, anuncios en la televisión, recompensas, y un despliegue asfixiante de 250 federales tras el rastro de los fugitivos.
Después de esconderse en un par de casas, y de pernoctar durante dos noches en un bote de basura cercano al aeropuerto, Charles y sus compañeros secuestraron un Boeing 737 con destino a Chicago y lo desviaron a Tampa. Allí, exigieron que les llenaran el tanque de combustible, liberaron a la tripulación retenida, y siguieron rumbo a La Habana.
No sería hasta 1973 que Fidel Castro y Richard Nixon firmasen un acuerdo de enjuiciamiento a los secuestradores que violaran el espacio aéreo entre Cuba y Estados Unidos. Mientras tanto, durante la década del 60 e inicios de los 70, secuestrar un avión, viajar de un país a otro y refugiarse, parecía simplemente un pasatiempo.
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Fue miembro de la República Nueva África (RNA): una organización separatista que buscaba fundar una nación afroamericana en cinco estados del sur de EE.UU.
Ya en Cuba, Charles creyó que iba a recibir entrenamiento para proseguir la "lucha revolucionaria en África". Pero la vida de Charles, vista desde hoy, no pudo haber sido más cubana.
Cortó caña, sembró pangola y en 1975 comenzó a estudiar Historia. En 1979, lo condenaron por falsificar recibo de divisas. De cuatro años, cumplió 14 meses. En 1986, lo encarcelaron durante ocho meses por posesión de marihuana.
Luego comenzó a traducir textos del inglés para particulares, sobre todo manuales de religión. Espoleado por la necesidad, trocó el marxismo por los santos africanos.
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En 1996, el entonces representante de Nuevo México, Bill Richardson, viajó a La Habana para pedir su extradición.
Hoy es babalawo –especie de príncipe de la religión yoruba, hijo de Shangó y Oshún–, y lleva consigo un gato negro llamado King.
"Mi signo Ifá dice que para mantener a raya la justicia tengo que tocar la puerta tres veces, abrirla y cerrarla tres veces, soplar alcohol tres veces más, o tener un gato negro que la ahuyente", explica.
Charles es el único de los tres prófugos que ha vivido lo suficiente como para cargar con todo lo que la muerte de Rosenbloom implica, y también para presenciar los súbitos virajes de la historia.
Goodwin murió ahogado en 1973, en una de las playas al este de La Habana, y Finney luchó contra un cáncer de pulmón hasta 2004.

Requerido por EE.UU.

La ironía de su caso estriba en que es probable que Barack Obama, el primer presidente negro de Estados Unidos, sea quien negocie su devolución a Estados Unidos.
En 1996, Bill Richardson, representante de Nuevo México, había viajado a La Habana para pedir su devolución. Pero 1996 fue el año en que las relaciones entre el gobierno de Clinton y el de Fidel Castro alcanzaron su máximo punto de tensión.
Sin embargo, el actual reclamo de extradición de Susana Martínez, gobernadora de Nuevo México, no parece descabellado, sino muy oportuno. La presencia de refugiados en Cuba es el argumento principal por el que la Casa Blanca mantiene al país en la lista de patrocinadores del terrorismo.
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La gobernadora de Nuevo México a vuelto a solicitar su extradición.
Hill enfrenta cargos estatales por la muerte del policía Rosenbloom y federales por el secuestro del avión con el que escapó a Cuba, por los que podría ser condenado en Estados Unidos a cadena perpetua.
"Estos cargos están activos, continúan pendientes, y las autoridades federales y locales los perseguirán", indicó Martínez en una carta enviada al exfiscal general Eric Holder y al secretario de Estado John Kerry, en la que les pidió ayuda para llevar a Hill ante la justicia.
Martínez no se hizo esperar y envió su misiva el 18 de diciembre de 2014, un día después de que los gobiernos de Cuba y de EE.UU. anunciaran una nueva etapa en su relación bilateral.
Charles forma parte de un grupo de prófugos que encabeza Joanne Chesimard, o Assata Shakur, legendaria líder de los Black Panther que fuera condenada a cadena perpetua en 1973 por el presunto asesinato de un policía de New Jersey, escapara en 1979 de Hunterdon County, prisión de máxima seguridad, y obtuviera refugio en La Habana desde 1984.
Su cabeza tiene un precio de US$2 millones. "Por eso yo no sé nada de ella ni quiero saberlo", dice Charles. "Ni teléfono, ni dirección, ni nada. Uno no sabe quién te pueda torturar pasar sacarte información."
Pero Charles no es un hombre que transpire miedo. Tiene, en Cuba, una hija de 29 años y un hijo de 8 llamado Antar.
Como el retiro de 10 dólares mensuales no le alcanza, Charles ocupa el tiempo en buscar dinero para sus hijos. Se va a La Habana Vieja y hace de guía turístico.

El futuro

Después del 17 de diciembre, un oficial de la seguridad se le acercó y le dijo que no le iba a pasar nada, solo que se estuviera tranquilo un rato. Charles aguantó cuanto pudo. Pero ha tenido que volver a las andanzas, porque no le alcanza para vivir.
"Si mi situación fuera como la de Assata, si alguien me mandara 200 o 250 dólares todos los meses, yo también me pudiera dar la buena vida", dice.
Al preguntarle si no teme que lo reconozcan, responde que no. "Es igual que en la guerra. Ya el miedo no cuenta. Es muy tarde para tener miedo. Yo lloro, pero por mi chamaco. Por mí no. Ni por mi hija, que es una mujer." No obstante, admite que el estrés de los últimos meses ha sido feroz.
Charles también tiene familia en Estados Unidos. Una hija, cinco nietos, cuatro hermanos. Pero no es cierto que prefiera regresar. "Yo prefiero estar aquí que estar preso". Y en cuanto a su familia gringa, aclara: "Sé cómo es eso. Estoy allá un rato y luego apesto".

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Su abogado ya preparó una moción de apelación. Hill guarda en su casa de La Habana copia de los procedimientos de su caso.
A principios de abril, Charles se reunió en La Habana con Jason Flores Williams, abogado de Santa Fe, Nuevo México, quien se ofreció a defenderlo como caso probono. Charles firmó el contrato y reconoce que Williams le causó muy buena impresión.
"Desde que se bajó del avión, por el traje que traía puesto, yo sabía que no se trataba de un cualquiera. Todo un profesional. Siempre me trató de Mr. Hill, Sr. Hill".
Por lo pronto, Williams ya preparó una moción, de la cual Charles guarda una copia, contra ciertos procedimientos de la gobernadora Susana Martínez en el caso No: 71-CR24530 (el de Charles).
"Él (Williams) me ha dicho que por mi voluntad no me mueva, que no vaya a buscar nada allá", dice. "Me sugirió que permute de casa, pero eso porque no sabe qué cosa es permutar aquí. Yo no puedo permutar".
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Si volviera a EE.UU. podría ser condenado a cadena perpetua.
Tiene, ya, 65 años. Y durante dos tercios de su vida no ha sido más que un fugitivo. Ha sido marxista. Ahora es religioso. Es estadounidense, y vive como cubano. Su jerga es la jerga del cubano, pero su acento sigue resultando extraño.
Tiene un carné de residente extranjero que debe renovar anualmente. Tiene al gobierno más poderoso del mundo tras sus pasos. Tiene la muerte de un policía sobre sus espaldas. Y la realidad del cubano común y corriente –repleta de carencias y de sobresaltos– por delante.
Aun así, ahora Charles se fuma un cigarro, tranquilo. Luego bota la ceniza y luego -como si no pasara nada, antes de decir algo más- toma el vaso con dos dedos y traga un largo sorbo de ron.

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