Por qué tendemos a creernos todo lo que nos dicen
Si alguna vez necesitas pruebas de la credulidad del ser humano, permíteme hablarte del "ataque de las bananas come-carne".
En enero de 2000, una cadena de correos electrónicos comenzó a reportar que bananas importadas estaban afectando a quienes las comían con una "fascitis necotrizante", una rara enfermedad por la cual la piel se brotaba de burbujas color púrpura antes de desintegrarse y dejar expuestos los músculos y los huesos.
Según la cadena de emails, la FDA (el organismo de control de alimentos en Estados Unidos) estaba tratando de ocultar la epidemia para evitar el pánico.
El texto exhortaba a los lectores a regar la voz entre sus familiares y amigos.
Se trataba de algo sin ninguna clase de sentido, por supuesto. Pero para el 28 de enero, la preocupación se había vuelto lo suficientemente grande como para que el Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés) emitiera una declaración desmintiendo el rumor.
¿Eso ayudó? Ni por casualidad. Más bien le echó leña al fuego.
En unas pocas semanas, el CDC estaba recibiendo tantas llamadas de personas angustiadas que tuvo abrir una línea especial para el tema de las bananas.
Los hechos fueron distorsionados de tal forma que, eventualmente, la gente comenzó a decir que el CDC era la fuente del rumor.
Incluso hoy variantes del mito vuelven a avivar temores de vez en cuando.
Puede que esto nos cause risa; tanto como otros mitos urbanos, incluida la teoría según la cual Paul McCartney, Miley Cirus y Megan Fox fueron, de hecho, asesinados y reemplazados por dobles.
Pero las mismas grietas en nuestra lógica que dan cabida a estas ideas son las que permiten la propagación de otras más peligrosas, tales como la creencia de que el VIH es inocuo, que los suplementos vitamínicos pueden curar el sida, que los ataques del 11 de septiembre fueron obra del propio gobierno estadounidense o que el papel aluminio impide que el FBI te lea el pensamiento.
¿Por qué tantas creencias falsas persisten cuando hay evidencia dura que las desmiente?
¿Y por qué tratar de negarlas sólo alimenta el molino de los rumores?
No es cuestión de inteligencia; incluso premios Nobel han caído por inocentes con ciertas teorías sin ninguna base.
Pero una serie de avances psicológicos pueden ofrecer algunas respuestas, mostrando cuán fácil es construir un rumor que burle los filtros contra el engaño del cerebro.
Ahorro de tiempo y energía
Una explicación algo aleccionadora es que todos somos unos "tacaños cognitivos". Es decir, para ahorrar tiempo y energía, nuestro cerebro utiliza la intuición en vez del análisis.
A manera de ejemplo simple, responde rápidamente a las siguientes preguntas:
- ¿Cuántos animales de cada tipo iban en el Arca de Moisés?
- ¿De qué país fue presidenta Margaret Thatcher?
Entre el 10% y el 50% de quienes participaron en un estudio en el que se formulaban estas dos preguntas no notaron que fue Noé, y no Moisés, quien construyó el Arca, y que Margaret Thatcher fue primera ministra -no presidenta-, aún cuando se les había pedido explícitamente que se fijaran en detalles inexactos.
Conocido como la "Ilusión de Moisés", este despiste ilustra cuán fácilmente dejamos pasar los detalles de una afirmación, favoreciendo la impresión general que nos deja en lugar de lo específico.
En este sentido, normalmente juzgamos si algo se "siente" bien o mal antes de aceptar o rechazar un mensaje.
"Incluso si 'sabemos' que deberíamos prestar atención de los hechos y la evidencia, simplemente nos asimos de los sentimientos", dice Eryn Newman, investigadora de la Universidad del Sur de California, cuyo próximo trabajo recoge la investigación más reciente en materia de desinformación.
Basada en los estudios hasta la fecha, Newman sugiere que nuestras reacciones instintivas giran alrededor de cinco preguntas simples:
- ¿Proviene el dato de una fuente creíble?
- ¿Otras personas creen en él?
- ¿Hay suficiente evidencia para apoyarlo?
- ¿Es compatible con lo que creo?
- ¿Cuenta una buena historia?
Crucialmente, nuestras respuestas a cada uno de estos puntos pueden verse afectadas por detalles frívolos que no tienen nada que ver con la verdad.
Opinadores de oficio
Considera por un momento la cuestión de si otros creen en una afirmación o no, así como el tema de si la fuente es creíble.
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